viernes, 4 de marzo de 2011

Gestión de la envidia



1. f. Tristeza o pesar del bien ajeno.
2. f. Emulación, deseo de algo que no se posee.
Por Francisco Alcaide Hernández
Es conocida la historia de un genio todopoderoso que se le apareció a un individuo y le dijo:
– Pídeme lo que quieras, pero ten en cuenta que de lo que me solicites le daré a tu vecino el doble.
El individuo, tras una pausa, contestó:
– Que me quede tuerto.
Sí, hablamos de la envidia, un tema typical spanish que como escribe el artista Pedro Ruiz en su libro RuiZcionario» (Ediciones B, 2006) es:
1. Pasión cobarde que cuanto más se tiene, más se oculta.
2. Reconocimiento del propio fracaso.
3. Cáncer de la alegría. Comadrona de la maldad.
4. Palabra que empieza por la letra E, como España.
Apuntamos algunas ideas respecto a esta cuestión:
La envidia está incrustada en la naturaleza humana. Viene de fábrica y la experimentan todas las personas, la diferencia es que unos saben domesticarla mejor que otros; unos se dejan llevar por ella y otros son capaces de ponerle riendas para que no se desboque. Quien dice que nunca siente (o ha sentido) envidia, miente. Esquilo aseguraba: «Pocos hombres tienen la fuerza de carácter suficiente para alegrarse del éxito de un amigo sin sentir cierta envidia». Celebrar los éxitos de los demás sólo es propio de personalidades muy maduras y equilibradas. Es conocida la historia de dos amigos que se encuentran y le dice uno al otro: «¡Hombre Juan! ¡Qué alegría verte! Creía que estabas muerto porque todo el mundo habla bien de ti».
La envidia surge porque nos comparamos. No nos gusta tener o ser más, sino tener o ser más que los demás. Nada es mucho ni poco sino en relación a algo. Por ello, cualquier referencia es insuficiente si al otro le van mejor las cosas (y siempre hay alguien a quien le va mejor). El gran error, por tanto, es mirar demasiado hacia «fuera» y poco hacia «dentro». Disfrute con lo que hace, evite mirar a los lados y no sentirá envidia. El viejo Morrie Schwartz, en la obra «Martes con mi viejo profesor» (Maeva, 1996) de Mitch Albom, lo expresa magistralmente: «Haz las cosas que te salen del corazón. Cuando las hagas no estarás insatisfecho, no tendrás envidia y no desearás cosas de otra persona. Por lo contrario, lo que recibirás a cambio te abrumará».
Quien destaca levanta envidias, es inevitable. «Ladran, luego cabalgamos», le decía Don Quijote a su escudero Sancho Panza. Si Vd. vuela alto siempre habrá alguien que le intente cortar las alas. No se preocupe, las críticas malintencionadas son el mejor síntoma de que uno está por el buen camino y avanza con paso firme. Al que no alcanza metas no se le dedica ni un minuto de atención.
El mayor alimento de la envidia es la mediocridad. La envidia no es más que el recurso de los menos capaces; individuos que ante la imposibilidad de alcanzar los objetivos que les gustarían, intentan que otros tampoco se alcen con ellos porque eso supondría dejar al descubierto sus carencias. Para ello no tienen reparos en maldecir las ilusiones y las conquistas de terceros con la finalidad de que desistan y así poder saciar sus propias insatisfacciones personales. 
La envidia no sólo hace acto de presencia por «acción» sino también por «omisión». Hay comportamientos que requieren ser alabados y aplaudidos, y no hacerlo, es igualmente una demostración de envidia. Pablo Picasso aseveraba: «Quien se guarda un elogio se queda con algo ajeno». Cuando alguien se alce con algún mérito y el resto permanezca en silencio, probablemente la envidia esté presente. Con gran acierto Khalil Gibran aseguraba: «El silencio del envidioso está lleno de ruidos».
Lo de «envidia sana» es un cuento. De sana, nada. Esta expresión es el mecanismo de defensa que utilizamos los humanos para esconder nuestros auténticos sentimientos, ya que como decía Plutarco, «entre los desórdenes del alma, la envidia es el único inconfesable». Por eso, el ser humano busca excusas para no quedar en evidencia y al nombre de la «envidia» se le añade el apellido de «sana».
Lo más triste de la envidia es que habitualmente se manifiesta entre los más cercanos. Esto es, en el círculo de amigos, en el ámbito familiar o entre los compañeros de trabajo. La razón es sencilla: con quien uno tiene a mano existen más posibilidades de comparar. Es una triste paradoja pero cierta: donde teóricamente debería existir más unión y satisfacción por los logros del prójimo, es donde la envidia se manifiesta con mayor crudeza.
La envidia casi nunca se exhibe a cara descubierta. Es más sutil y suele servirse de segundas para disimularla. Jacinto Benavente lo explicaba espléndidamente: «Es tan fea la envidia que siempre anda por el mundo disfrazada». En ocasiones será una carcajada irónica y en otras una sonrisita cargada de doble sentido.
El envidioso es profundamente desdichado. Miguel de Unamuno escribía: «La envidia es mil veces más terrible que el hambre, porque es hambre espiritual». Una persona dominada por este sentimiento negativo se consume. Vive en un estado de amargura y desazón permanente. No disfruta de la vida. En muchas ocasiones se ha dicho que «la felicidad no consiste en tener muchas cosas sino en disfrutar mucho de lo que se tiene». Así es y así lo afirmaba William Shakespeare: «Sufrimos demasiado por lo poco que nos falta y gozamos poco de lo mucho que tenemos».
La envidia siempre tiene coartada. El arma arrojadiza del envidioso es la crítica, y como todo es susceptible de ser criticado, ello supone un gran alivio para los envidiosos que tienen dónde agarrarse  y poder salirse con la suya. Si le va bien en el mundo de los negocios, le dirán que desatiende a su familia; si cumple con sus obligaciones familiares, le reprobarán su falta de ambición... Y así con todo.
La suerte es otro de los recursos de los que a menudo hace uso el envidioso. Si Vd. tiene suerte y él no, ya tiene la ecuación hecha y la conciencia tranquila. Su falta de acierto se debe a factores ajenos a su persona y queda exonerado de toda responsabilidad. Con agudeza Víctor Hugo llamaba «mezquina» a la suerte porque según el escritor «su falso parecido con el verdadero mérito engaña a los hombres».
No se deprima cuando alguien le critique, es lo normal. La experiencia demuestra que 9 de cada 10 críticas están basadas en la envidia o en las ganas de hacer daño. Tan sólo 1 de cada 10 busca la mejora y el crecimiento del interlocutor. Por tanto, si «escuchar» es una gran virtud, saber cuándo «no escuchar» también lo es.
Huya de los pesimistas que suelen ser «grandes envidiosos». Si hay un rasgo que define a los pesimistas es su carácter excesivamente conservador. El miedo les lleva a mantenerse amarrados en puerto seguro, con lo que sus éxitos no suelen pasar del aprobado raspado. Por eso, les molesta que otros logren metas (ello dejaría al desnudo sus límites) y suelen verse dominados por la envidia.
Una de las mejores formas de evitar envidias gratuitas es no armar mucho ruido. Actuar con discreción es una recomendación válida. De este modo, quienes estén tentados para atacar, no tendrán razones para hacerlo. Es complicado, porque en un mundo en el que tener visibilidad es imprescindible –lo que no se conoce, no existe–, resulta arduo torear la situación.
Lo que más le fastidia al envidioso es que le ignoren. Porque entonces no tiene argumentos con los que atacar a su presa. Dar la razón al envidioso le desconcierta enormemente y le deja en fuera de juego al no poder seguir echando leña al fuego. Un proverbio árabe afirma: «Castiga a los que te envidian haciéndoles el bien». Hace poco cayó en mis manos una entrevista al director de cine David Trueba. Buena parte de la charla transcurría en torno a este tema. Resumo algunas preguntas:
¿Se siente envidiado?
Bueno, despierto envidias en general. Y, sin querer, las convierto en eternas.
¿Por qué?
Porque cuando alguien me machaca no le envío los tanques.
Eso fastidia más todavía...
Es lo que más les duele: que los ignores (...). Cuando envidias, odias y haces daño, lo que quieres es que tu víctima te corresponda. Si encima te ignora, ¡te quieres morir!
Como con gran maestría aseguraba Kipling: «No busques más odio que el que te tengan».
Mi madre me decía «Tienes muchas razones para ser envidiado, así que no les des más” (...). Cuando perdí todos los Goya, un viejo director amigo mío, me dijo: «No sabes la de amigos que has ganado hoy».
¿Nunca ha envidiado al prójimo?
¡Pues claro! Todos viajamos con una máquina de odiar a cuestas que recicla todo lo que nos pasa.
En resumen, evite a toda costa ser preso de la envidia, un sentimiento que es tremendamente dañino no sólo para su bienestar mental sino también físico. Desde hace poco se sabe gracias a investigaciones llevadas a cabo en  Instituto Nacional de Ciencias Radiológicas en Inage–Ku (Japón), que la envidia activa las mismas zonas del cerebro que el dolor físico. Quizás no sea casualidad la expresión «me muero de envidia».
Un consejo de despedida: haga lo que le gusta, no tenga excesivo apego al reconocimiento de los demás, disfrute de lo que tiene más que fijarse en lo que le falta, no mire demasiado a los lados (el sol sale para todos y en todos los lados cuecen habas), y se sentirá mejor consigo mismo y más libre.

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